Todos hemos oído alguna vez lo sacrificado que es trabajar en el mundo de la hostelería y, esto es totalmente cierto, pero también es cierto que se trata de un trabajo muy gratificante. Prueba de ello es que si no lo fuera, el sector estaría mucho más castigado de lo que ya está en la actualidad.
Los camareros somos la cara visible de cada establecimiento y una parte fundamental del sector. Nuestro trabajo no se limita sólo a servir comida y bebida, sino que implica una serie de habilidades y responsabilidades que van más allá de lo que muchos pueden imaginar. Nuestra labor como responsables de sala empieza desde el momento en el que el cliente hace la reserva. Atender peticiones especiales, hacer el seguimiento de la reserva, modificaciones… Me gusta la sensación de que el cliente que entra por nuestra puerta sienta que ya nos conoce.
Nuestra principal misión es la de garantizar el disfrute de quien nos visita y esto no pasa solo por darles de comer y de beber bien. A veces una noticia o una discusión previa entre los miembros de la mesa complica el buen fluir de nuestra labor y ahí entra en juego nuestra habilidad para minimizar esas tensiones. No siempre un chascarrillo es bienvenido pero nuestro objetivo en situaciones así va mucho más allá de nuestra labor más primaria. Nuestra meta en esos momentos es conseguir que se vayan por la puerta felices, a cualquier precio. Si conseguimos eso, éxito, pero si además disfrutan de lo que ofrecemos, doble éxito. Resulta difícil disfrutar de algo si no se está predispuesto a ello por lo que primero debemos restablecer una situación ideal para que todo lo demás fluya positivamente.
Somos la cara amable del restaurante, la primera persona a la que los clientes ven al entrar, y a menudo, quienes establecen la primera impresión de los clientes, pero también a veces somos víctimas colaterales de una situación que nos es ajena. La cortesía, la amabilidad y la habilidad para ofrecer a los comensales la mejor experiencia posible mientras se encuentran en nuestra casa es nuestro día a día, y sobre la base de esta premisa, nuestra capacidad de mantener una actitud positiva y profesional, incluso en situaciones estresantes, es crucial.
El corazón de nuestro trabajo es la atención al cliente y esto implica estar atento a sus necesidades, anticiparse a sus deseos y brindarles un servicio excepcional. Un buen camarero es capaz de personalizar la experiencia de cada persona que visita su establecimiento. La virtud de escuchar y comunicarse efectiva y afectivamente es la clave. ¿Quién no le ha contado alguna vez su vida a un camarero?
Ser camarero y trabajar cara al público es mucho más que llevar platos y bebidas a las mesas. Somos los embajadores de los restaurantes, el motor, junto al resto del equipo. Ser camarero es pasión, es vocación. Ser camarero es mucho más que una profesión.
Clara Puig
Restaurante Tula